A continuación van a encontrar cuatro tapas de leyendas de diferentes partes del país. ¿Se animan a explorar la tapa?... Para hacerlo, tengan en cuenta las siguientes preguntas:
1) ¿Qué pueden encontrar en ella?
2)El título ¿A qué hace referencia?
3)Según las imágenes que observan en la tapa. ¿De qué creen que trata la historia?
Les recomiendo que si encuentran alguna palabra que desconocen entren a la siguiente página, que los ayudará a descubrir el significado de esas palabras:
http://www.rae.es/rae.html
¡Ahora sí, a leer!
Leyenda del Puente del Inca
Inti, el Sol, era el
dios del imperio incaico y el Inca su descendiente directo. Su autoridad era
mayor que la de un rey, puesto se lo consideraba hijo del Sol y su misión era
reinar y proteger a su pueblo.
Una vez
hubo un Inca sumamente generoso; amaba a su gente deseando para todos un
imperio rico y soberano. Se preocupaba por igual de los problemas de la vida
diaria como de salir a recorrer su territorio de un extremo a otro, tratando de
conquistar nuevas tierras. Continuando la tradición de sus antepasados jamás
invadía un territorio a la fuerza. Primero invitaba a los pobladores a formar
parte de sus dominios; en cambio ofrecía enseñarles a sembrar y aseguraba que
nunca les faltaría tierra ni comida. De esta manera casi nunca era necesario
luchar.
Un día el
Inca cayó gravemente enfermo. Ni los sacerdotes, ni los hechiceros pudieron
descubrir de qué mal se trataba; el hijo de Inti se agravaba cada vez más y
todos temieron por su vida. Hasta que una tarde, los chasquis, que corrían
velozmente de una posta a otra, transmitiendo las noticias de pueblo en pueblo,
avisaron a los servidores del Inca, que en el sur existía el remedio que podría
curarlo. Inmediatamente comenzaron los preparativos para la travesía a lo largo
de la cordillera y cuando todo estuvo listo, partieron desde Cuzco, capital del
Tahuantisuyo, en busca del tan preciado remedio.
Una de las
cosas que más enorgullecía a los incas, eran los caminos de piedras que se
extendían en todo su territorio y que habían sido construidos durante la
disnastía Pachacutic. Por ellos anduvieron atravesando valles y montañas;
cuando llegaba la noche, acampaban alrededor de las, posadas que se levantaban
a los lados del camino. Dentro de la posada descansaba el Inca para reponer sus
fuerzas.
No se
desalentaron en ningún momento a pesar de la dura y larga travesía; una
esperanza mucho más fuerte que todo eso, los alentaba e incitaba a seguir
adelante. Querían mucho a su monarca y deseaban fervientemente que recuperara
la salud lo antes posible.
Continuaron
la marcha por muchos días hasta que por fin, encontraron el nacimiento de un
río que corría paralelo al camino y siguieron en esa dirección. Las aguas
bajaban torrencialmente levantando nubes de finísimas gotas al estrellarse contra
las rocas y el ruido de la turbulenta corriente quebraba el silencio de la
imponente cordillera. Los peregrinos siguieron su camino hasta llegar a un
punto donde el río cambió su curso en una pronunciada curva al este,
cerrándoles el paso. Ahí su caudal era mucho más profundo y su torrente hacía
imposible el cruce a la otra orilla.
Hicieron un
alto y acamparon decididos a buscar un lugar por dónde poder pasar. Fue así que
formaron grupos dirigidos por un guía y se turnaron; mientras unos descansaban
otros recorrían la zona tratando de encontrar el paso. Desgraciadamente no
tuvieron suerte y los grupos volvían cada vez más desalentados de sus
expediciones, hasta que por fin se dieron por vencidos.
Entonces
formaron un consejo para decidir qué se haría y después de muchas discusiones y
cambios de ideas, llegaron a la triste conclusión de que debían volver.
Abatidos, pensaron que su monarca agotado por el viaje no podría resistir el
regreso y era probable que no volviera a ver a su querido Cuzco.
Se dispusieron
a pasar la noche en ese lugar, para iniciar al otro día el retorno. Rodearon al
Inca tratando de estar más juntos y unidos que nunca, como para darse entre sí,
el valor y la fuerza que necesitaban para volver y como para protegerse de esa
gran pena que los estaba invadiendo momento a momento.
Mientras
tanto Inti el Sol, que ya se estaba por ocultar en el horizonte, vio lo que
estaba ocurriendo. La hazaña que los incas habían sido capaces de realizar por
amor a su monarca, no escapó a la vista del dios y quiso premiar el fervor de
este grupo abnegado de súbditos. Entonces consultó con Mama Quilla, la luna, y
entre los dos decidieron ayudarlos inmediatamente.
Al amanecer
del día siguiente, los incas, entre dormidos y despiertos, vieron azorados frente
a ellos, un ancho puente tendido que les señalaba el camino. Los dioses lo
habían construido para que pudieran pasar. Llenos de alegría reanudaron la
marcha con nuevas esperanzas.
Tuvieron
mucho que andar todavía y el Inca se agravaba más y más, ya ni siquiera abría
los ojos para observar a su gente como lo hacía antes; ninguna palabra volvió a
salir de su boca y dormitaba permanentemente. Obligados a hacer muchos altos en
el camino porque se fatigaba con facilidad, la marcha se hizo más lenta y penosa,
pero no desfallecieron en ningún momento.
Por fin
llegaron al lugar indicado; de inmediato se distribuyeron las tareas, mientras
unos buscaban las hierbas medicinales, otros construyeron una gran tienda para
alojar a su monarca e instalar todo lo necesario para su curación.
No fue en
vano todo el extraordinario esfuerzo que dedicaron al Inca; en poco tiempo
empezó a mejorar visiblemente para alegría de todos. Felices emprendieron el
regreso entre cantos y oraciones de gracias a sus dioses. Los chasquis
corrieron velozmente delante de ellos llevando la buena nueva. Todo el pueblo
los esperó ansioso y preparó grandes fiestas en su honor. Los templos se vieron
resplandecientes, ya listos para ceremonias y ritos de gracias.
El Inca
entró en la capital totalmente repuesta; su pueblo lo saludó con cariño y lo
acompañó hasta su morada. Poco tiempo después el hijo de Inti volvió a reinar
en el Imperio.
Desde
entonces al noroeste de la provincia de Mendoza, donde pasa el río Las Cuevas,
el mismo que interrumpiera el paso de los peregrinos, se levanta el Puente del
Inca uniendo las dos orillas y bajo su arco siguen pasando torrencialmente las
aguas del río.
Leyenda del Yaraví
Chasca Ñaui era la hija menor de un matrimonio quichua que vivía en una tribu, entre montañas del norte. Era una niña todavía, cuando un día oyó hablar de las virtudes de una laguna que se encontraba cerca de allí. Decían que la doncella que se bañara en sus aguas, encontraría el marido anhelado.
Chasca Ñaui creció, transformándose en una hermosa joven y
entonces deseó, como las otras jóvenes de la tribu, tener a alguien que la
amara.
Una mañana, cuando los amancays y las retamas perfumaban el
aire con sus flores, la joven decidió ir a la laguna y emprendió el camino.
Cuando llegó, se quitó la túnica de combi y poco a poco se fue sumergiendo en
el agua con la esperanza de encontrar a su compañero.
De pronto, el lejano sonido de una quena le advirtió que
alguien se acercaba. Salió de la laguna, se puso su túnica ciñéndola a su
cintura con una faja de vivos colores, calzó sus pies con ojotas de cuero,
arregló sus cabellos y los adornó con flores silvestres.
La voz de la quena sonaba cada vez más fuerte y una dulce
esperanza florecía en Chasca Ñaui. Se sentó sobre una piedra cerca de la orilla
y esperó. Por detrás de unas matas de chañar vio venir en su dirección, a un
joven apuesto. Tocaba la quena como nunca lo había hecho nadie en el lugar; su
música llegaba a los oídos de Chasca Ñaui como un suave canto de amor.
Al verse, inclinaron sus rostros sonrientes en ademán de
saludo, y Hayri, que así se llamaba el muchacho, quedó prendado de la
joven.
Desde ese momento se vieron repetidas veces, hasta que
Hayri, seguro del profundo cariño que sentía por Chasca Ñaui, le pidió que
fuera su esposa. Poco tiempo después se casaron y comenzaron a vivir felices en
una cabaña próxima a un bosque.
Un día el sol se ocultaba detrás de los cerros y regresaban
los dos de una visita a la laguna, inesperadamente se les interpuso en el
camino un jefe español, acompañado de sus soldados. Pertenecían a las huestes
de españoles que habían despojado a los incas de sus tierras. El jefe español,
impresionado por la belleza Chasca Ñaui, la obligó a seguirlo.
Inútiles fueron los esfuerzo de Hayri para que no se la
llevaran, pero los soldados azotaron al muchacho hasta dejarlo desvanecido.
Cuando despertó, comenzó a buscarla sin tener en cuenta distancias ni peligros,
pero jamás la encontró.
Desesperado optó por ir a la laguna. Allí pasaba las horas y
los días tocando su quena; cada nota iba reviviendo todo lo que había sucedido
desde el momento en que vio por primera vez a la joven. Poco a poco el canto de
la quena se fue haciendo más triste, hasta fijarse en una única melodía que
reflejaba todo el dolor de su alma. Su vida se fue apagando, pero su quena sólo
se calló cuando dio el último suspiro.
Mucho tiempo después, un joven indio encontró la quena,
cuando se dispuso a tocarla, del instrumento sólo brotaba aquella triste
melodía que creara Hayri antes de morir. Al escucharla en la tribu, todos
recordaron a la pareja :
"Dos amantes palomitas
penan, suspiran y lloran
y en viejos árboles
moran
a solas con su dolor"
Leyenda de la Cruz del Sur
El viejo cacique quiere renovar su tocado y para eso necesita las más hermosas plumas. Quien las posee es Manic, el ñandú. Pero como este animal tiene fama de inalcanzable, hay que llamar al mejor cazador de la tribu: Nemec, un joven valiente y fiel.
Cuando se le dice su misión, el muchacho
busca sus mejores armas y también consejos con los más ancianos de su pueblo.
Aunque le digan que es un ave imposible de
cazar porque percibe cuando la están persiguiendo, aunque le digan que es muy
pero muy veloz, Nemec parte decidido a encontrarla.
Camina días y noches hasta encontrar las
huellas que van en dirección al Sur. Las sigue, sigiloso, atento, durante
horas, días, hasta que… al amanecer divisa a lo lejos la silueta de Manic.
Alto, seguro, mostrando su hermoso plumaje mientras camina, moviendo su cabeza
de un lado para el otro.
Nemec ni lo duda, con mucho cuidado se
acerca, arroja la lanza seguro de alcanzar su presa distraída, pero no… el
ñandú está tan atento que apenas el arma surca el aire, ya se escapa a toda
velocidad. No importa – piensa Nemec – soy un excelente cazador y ningún animal
va a ganarme.
Y diciendo y haciendo, sigue con su mirada
el vuelo del ave, luego sus huellas… Nuevamente horas y horas hasta que su
tenacidad lo lleva hasta Manic. Esta vez no va a huir. Los pasos del joven ni
se escuchan, los pies apenas tocan la tierra, una de sus manos sostiene la
lanza firmemente para que no roce contra nada, respira despacito para no
alertar a su presa. Y ya está casi por alcanzarlo, va a tirar la lanza pero… el
avestruz no le da tiempo porque huye otra vez, desapareciendo en un instante.
Nemec queda sorprendido ante la sagacidad y
rapidez de Manic. Pero no está dispuesto a dejarse vencer y decide ir hacia
donde huyó el ave.
Vuelve a encontrarla y otra vez se escapa.
El muchacho duda si realmente va a poder
alcanzarlo alguna vez. Pero también se recuerda a sí mismo que es el mejor
cazador de la tribu, y por eso mismo no puede regresar con las manos vacías. Se
levanta y decide seguir hasta el final.
Así días y días Nemec corre tras Manic.
Parece que lo alcanza y éste vuelve a escaparse. Pero el joven indio lo sigue
sin perderle pisada.
Llega la noche, el muchacho se siente
agotado, corre más lento, pero su presa también está cansada.
Bajo el manto estrellado se ven las sombras
de los dos, ave y hombre, una delante del otro, empecinado en conseguirla. La
distancia se va acortando y Nemec prepara su arma, se alista y el ñandú levanta
vuelo.
A Nemec no lo sorprende. Otra vez volver a seguirlo por
kilómetros y kilómetros…
Pero… ¡Imposible! –piensa mientras mira cómo
Manic cada vez más se aleja del suelo- ¿hasta dónde piensa llegar? ¡Los ñandúes
no van tan alto!
Este ñandú, sí. Ante la perplejidad del
valiente cazador, Manic sigue y sigue hacia las alturas. Nemec levanta los
brazos, esperanzado que este milagro también sea para él… El ñandú se pierde en
el firmamento hasta desaparecer…
¡Pero no desapareció! ¿Qué es eso? –grita Nemec-. En el
cielo, justo por encima de su cabeza ve cuatro nuevas estrellas en forma de
cruz: una ocupando el lugar de la cabeza, dos marcando las puntas de las alas y
la última, la terminación de las patas de Manic.
El joven indio se queda extasiado observando
el cielo hasta el amanecer…
Vuelve a su tribu con las manos vacías, pero
con una mirada especial.
A la noche, cuando se sienta alrededor del
fuego junto con los suyos, cuenta su extraña aventura y termina explicando por
qué no trajo las plumas para el tocado del cacique. Pero éste en vez de
recriminar su actitud, lo felicita porque sabe que es el mejor cazador. Si no
fuera así, Manic todavía estaría en la tierra. Y además gracias a Nemec, hoy la
tribu y todas las tribus del sur del mundo pueden ver en el cielo esas hermosas
cuatro estrellas.
Leyenda del Calafate
Se dice que cierta vez Koonex, la anciana curandera de
una tribu de tehuelches, no podía caminar más, ya que sus viejas y cansadas
piernas estaban agotadas, pero la marcha no se podía detener. Entonces, Koonex
comprendió la ley natural de cumplir con el destino. Las mujeres de la tribu
confeccionaron un toldo con pieles de guanaco y juntaron abundante leña y
alimentos para dejarle a la anciana curandera, despidiéndose de ella con el
canto de la familia.
Koonex, de regreso a su casa, fijó sus cansados ojos a la
distancia, hasta que la gente de su tribu se perdió tras el filo de una meseta. Ella
quedaba sola para morir. Todos los seres vivientes se alejaban y comenzó a
sentir el silencio como un sopor pesado y envolvente.
El cielo multicolor se fue extinguiendo lentamente. Pasaron
muchos soles y muchas lunas, hasta la llegada de la primavera. Entonces
nacieron los brotes, arribaron las golondrinas, los chorlos, los alegres
chingolos, las charlatanas cotorras. Volvía la vida.
Sobre los cueros del toldo de Koonex, se posó una bandada de
avecillas cantando alegremente. De repente, se escuchó la voz de la anciana
curandera que, desde el interior del toldo, las reprendía por haberla dejado
sola durante el largo y riguroso invierno.
Un chingolito, tras la sorpresa, le respondió: "nos
fuimos porque en otoño comienza a escasear el alimento. Además durante el
invierno no tenemos lugar en donde abrigarnos." "Los comprendo",
respondió Koonex, "por eso, a partir de hoy tendrán alimento en otoño y buen
abrigo en invierno, ya nunca me quedaré sola" y luego la anciana calló.
Cuando una ráfaga de pronto volteó los cueros del toldo, en
lugar de Koonex se hallaba un hermoso arbusto espinoso, de perfumadas flores
amarillas. Al promediar el verano las delicadas flores se hicieron fruto y
antes del otoño comenzaron a madurar tomando un color azulmorado de exquisito
sabor y alto valor alimentario. Desde aquél día algunas aves no emigraron más y
las que se habían marchado, al enterarse de la noticia, regresaron para probar
el novedoso fruto del que quedaron prendados.
Los tehuelches también lo probaron, adoptándolo para siempre.
Desparramaron las semillas en toda la región y, a partir de entonces, "el
que come Calafate, siempre vuelve."
Ahora que terminaron de leer unas leyendas... ¿Podrían completar el siguiente cuadro?
A partir de todo lo trabajado, podemos dar una definición de leyenda:
Son
narraciones de hechos asombrosos ocurridos en el pasado muy lejano. Estos
textos, al principio, se transmitieron en forma oral, de generación en
generación. Los temas de las leyendas son muy variados; en algunos casos
relatan historias de transformaciones mágicas, del origen de fenómenos
naturales u objetos. Muchas veces las leyendas toman hechos o personajes
reales, pero modifican tanto los sucesos que es imposible saber si realmente
ocurrieron.
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